La claridad
de la tarde trasluce una vida abierta a punto de cerrarse, un todavía no. Un
cristal que deja de deslumbrar para asomar entre rayos, todavía, un recipiente
enorme que se ensancha entre chirridos. Las aves lo picotean buscando un lugar
para hacer el sueño, para dormir, para cantar, venciendo con su música una vida
que se deja caer en otra. Toda la noche, la larga noche
para el insomnio; la enorme, profunda y corta para el descanso.
La luz del
atardecer avisa, es llamada, pérdida y consuelo y alegría de dar por vivido el
día que pasa. Es su altavoz y recuento. Es presencia más allá de las presencias
que fueron, quemadas a la luz diurna,
resuenan ahora con lente de aumento. Se agrandan hasta ocupar un espacio, el de
la tarde que todo lo corrige, todo lo acoge con ternura. Melancólica y
apasionada ésta baña la última frontera con su ser. Así lo hace todo.