domingo, 4 de enero de 2015

INVISIBLES


Estampas de olvido mariano. La imagen de la estampa, solo la palabra, tiene una amarga reminiscencia, a la religión, a la mala religión y a la mala educación. Amarga de puro violenta, como su acción, ella tampoco es inocente: “estampar contra la pared lo dean del efecto que produciría una bofetada -de manera figurada, claro- como la cosa más natural del mundo. A lo que el estampado sobre la tela o sobre cualquier otra superficie, le quita hierro a la cosa, pues me viene a la cabeza, un mar de colores, la suavidad, la ligereza, y también, porque tapa, porque esconde, porque llega un día en que puedes elegir el disfraz para el resto de tus días ¡Una maravillalo tiene todo! Adoro las telas. Al trasluz,  sin son lo suficientemente finas, permiten llegar a los oídos la música del despertar, como una campana sobre los hombros, resuenan los dones de la vida, voces acurrucadas y los objetos esperando con paciencia que los miren para romper la tragedia de las horas inoculada en un suspiro, para respirar, para no ser ninguneados por la mirada, arrostrados al mundo usado sin la menor pericia, sin la menor vergüenza. Se envuelven como husos entre las manos y los ojos que ven, como una maraña inseparable ¡Si no persiguen más que la vida de sus dueños!  ¿Te haces invisible? No, para ver mejor, para acceder al hueco de las cosas, de las personas, de los animales. Invisible, soy por cuenta ajena, de los otros. Con los hilos cortados no puedo colocar mi cuerpo, ni tan siquiera, ocupar el sitio que me pertenezca. No pertenezco, expulsada de la red, no tengo a donde asirme. La mirada del otro lanza un aviso. Y yo pido auxilio. Las luces contra la tela me devuelven al lugar del recorrido sin una huella, sin una sal a la que acogerme, solo envuelven las cosas despertándolas para mí, lo cual ya es suficiente, hasta la mañana que escupirá las luces guardadas desde el amanecer. Hay cosas imposibles, como la de hoy, comer chocolate con churros.

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