Los
senderos virtuosos se abren al atardecer sobre colinas desventradas. Cuando cae
la luz se disuelve sobre mi ventana una amenaza amplia y diáfana que recoge los
miedos, la angustia del peso que me hunde. Quisiera dejarlo caer a los pies
para pasar como por un puente sobre ellos sin caer, sin hundirme, sin lamerme
las heridas, sin cerrar las puertas, sin decir adiós. Hasta el presente
empujándolo como un velo, vivo en ese intento.
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