domingo, 7 de diciembre de 2014



Los senderos virtuosos se abren al atardecer sobre colinas desventradas. Cuando cae la luz se disuelve sobre mi ventana una amenaza amplia y diáfana que recoge los miedos, la angustia del peso que me hunde. Quisiera dejarlo caer a los pies para pasar como por un puente sobre ellos sin caer, sin hundirme, sin lamerme las heridas, sin cerrar las puertas, sin decir adiós. Hasta el presente empujándolo como un velo, vivo en ese intento.

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