Las sombras del olivar sobre los cerros a lo
lejos, ponen coto al horizonte. Como un caudal de río, el trigo ya recogido
marca un mar, un ancho mar de azul y amarillo, mar y desierto. Me impresiona
observar el caballo suficientemente lejos, vivo, a pleno sol de la mañana
veraniega, con la presencia fuerte, gallarda y delicada. Comienzo a inquietarme
al descubrir la mirada sobre mí, me siento observada cuando me creía libre
dentro de aquella inmensidad del vasto paisaje, misterioso y vacío, de la
visión de la mañana tan limpia y poderosa. La presencia no era ni del animal ni
mía. Yo había desaparecido raptada por su mirada atenta y persistente, única.
Su figura se recortaba en la lejanía tras la cortina sutil de cielo y trigo. El
mundo se vuelve caballo y yo navego cogida entre sus crines.
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